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ATARI

  • Fecha:1995
  • Autor:MIGUEL PELAY OROZCO

Esta fría mañana de mediados de marzo, próxima ya la primavera, he visitado el taller del escultor Anton Mendizabal, situado a la entrada del precioso pueblo de Oyarzun. La jornada me ha impresionado. Es como si ya el ambiente que uno percibe no bien franquea la puerta del obrador, indujera a la introversión y al recogimiento. Puede que el artista necesite a veces una especie de cubículo que encierre y limite el vuelo de su fantasia, pero el caso es que las conversaciones que tengan lugar en su interior tenderán asimismo a la reflexión y al transcendentalismo. ¿Cómo puede ser esto?, me pregunto. Y si dejamos jugar un poco a la imaginación, que suele ser un ejercicio saludable, tal vez atisbemos en el taller el trasunto de algún pequeño "santuario", digamos civil, en el que las severas imágenes religiosas hubiesen sido trocadas por una colección de piezas escultóricas de madera, que sacralizan, por asi decir, el ámbito que acoge las actividades del más vasco y a la vez universal de nuestros deportes: la Pelota , o mejor, las canchas de juego.

El amigo Joxean Unsain es quien me ha llevado y traído en su coche -yo ya no conduzco, ni tengo coche, ni siquiera permiso de conducir (con bastante antelación asumí mi vejez y hoy que mis coetáneos estrenan ancianidad por haber sido fieles a las disposiciones cronológicas establecidas, me desenvuelvo con la expedición del más versado de los decanos)- mi amigo Joxean, digo, me ha llevado de aquí para allá. Este personaje absolutamente singular, que en un momento ciertamente crítico para la pervivencia de la Pelota como deporte en activo (prácticamente se hallaba ya en trance de muerte porque era casi imposible superar los obstáculos opresores) aportó a nuestro entrañable juego el inesperado componente de su alma poética, convirtiendo lo que era un juego originalmente campesino, triunfador después y famoso en los cinco continentes para venir a menos últimamente hasta hallarse en trance de desaparecer porque resultaba prácticamente imposible vencer a los factores opresores (incluidos esos tenebrosos poderes fácticos que son las multinacionales) este misterioso descendiente de Eleizagui, el mítico gigante de Alzo, integrado en un romántico grupo de reivindicadores, convirtió o convirtieron lo que ya casi no era sino un recuerdo, en una emocionante ensoñación, en un ideal supremo, brioso y absorvente. Hubo otros "luchadores", claro, e importantes. Bajo esa bandera se alinearon también Kiko Caballero y otros. Me gustaría citar a los miembros de aquel entourage con sus nombres y apellidos, pues todos lo merecen, pero soy un octogenario y mi memoria es una ruina.

Aunque Joxan Unsain llegó a ser campeón manomanista profesional de segunda categoría, en 1977, quienes, de un modo u otro nos hemos movido durante años en el predio fascinante de la Pelota, tenemos vedado calificarlo de expelotari, puesto que el pelotari de raza no pierde jamás su condición profesional. ¿Es que para mencionar hoy a Atano III, por ejemplo, retirado hace más de cuarenta años y que ya dejó atrás la baliza de los noventa y pico de edad, se le ocurriría a alguien anteponer la impertinente preposición ex a su esclarecida profesión? ¡Ex pelotari!... A Kiko Caballero, hoy profesor de nuestra Universidad, intelectual brillante con varios libros en su haber, le he oido yo iniciar un discurso a los postres de un banquete que tuvo lugar hace unos años en Bizkaia, con estas palabras: "Soy un pelotari. He sido palista profesional. Nosotros los pelotaris...". Y que nadie quiera ver en estas palabras una manifestación de humildad, porque se equivocaría. Son palabras de altivez, de un orgullo sui géneris, del vasco que gusta de airear con ufanía su condición gremial. Baroja, que conocía la psicología del vasco bastante mejor que los políticos y sociólogos que le han sucedido, nos dió un personaje novelesco, un marino -el, Embil de los pilotos de altura- que ya en su vejez, es decir, en la etapa de volcar veracidades, niega que él, cuya vida entera, junto con la de su amigo el capitán Chimista, ha transcurrido en medio de estremecedoras aventuras, haya sido un aventurero. Yo lo que he sido -nos explica- es un buen piloto y un hombre muy trabajador. Otra vez el orgullo gremial. Zulaika II, puntista con currículo americano y actualmente escritor bilingüe de nota, jamás se considerará expelotari. Lo es también de raza. Otra cosa es que no juegue, que no esté en activo; pero seguirá siendo pelotari y a mi me gusta mencionarle por su nom de guerre.

Veo con ilusión que en Anton Mendizabal persiste el numen de la Pelota como una de las fuentes de inspiración preferidas. No me sorprende, pero me alegra mucho. Reparo que la pasión por este viejo juego del país nos aglutina a muchos. Por de pronto, a los tres tipos que nos hemos encerrado esta mañana en el taller oyarzuarra.: Un pelotari, un escultor y un bicho raro que se ha hecho viejo escribiendo para un país que antes leía poco y ahora nada.Veo, además, que coincidimos en casi todos nuestros puntos de vista, lo que resulta infrecuente entre vascos.

Hemos charlado abundantemente los tres. Los tres: precisamente el número de personas que don Pío consideraba ideal para conversar. Dos le parecían pocas; cuatro, demasiadas. Por otra parte, eso del vasco parco en palabras de Tirso, de ser una especie de piropo, se ha convertido en uno de tantos lugares comunes que se repiten constantemente, venga o no a cuento y, a veces, por parte de berritsus impenitentes de la localidad.

Al margen de la calidad de su obra, que me parece espléndida, me gustaría señalar que en mi opinión ha acertado en el giro que ha dado a su vida. Yo no soy ningún sociólogo pero pienso que es un hombre que ha obedecido a un èlan, no sabe uno si genético o metafísico, abandonando la seguridad que podría reportarle una posición económica o social a la que le sería fácil acceder por su preparación cultural y universitaria, para lanzarse a la aventura de convertir una afición -más diría: una vocación (y quisiera que el vocablo conservara aunque no sea más que un ápice de su primigenio sentido teológico)- en un medio de vida. Creo que es uno de los objetivos más dignos y más deseables a que puede aspirar un hombre inteligente y desprovisto de ambiciones materiales y groseras. Y tomar esta decisión en un medio como el actual, donde el éxito económico lo legitima todo, se acerca al heroismo y a la renunciación. Creo que tipos como Anton no reirán hoy fácilmente; sonreirán, que es una escala superior del humor; las carcajadas ruidosas son para los grandes triunfadores económicos, muchos de ellos gente ruidosa, segura de si misma, que emite juicios categóricos sobre temas que no conoce -lo suyo es ganar dinero- y considera chocholos a todos sus discrepantes.

Parece que uno está obligado a emitir algún juicio sobre la exposición que podrá ser admirada en la Galería MAILOPE. De la obra de Mendizabal se han ocupado críticos muy notables, como Edorta Kortadi y han dicho cosas muy interesantes. Soy consciente, pues -y lo es mi amigo Anton- de la limitación de mis conocimientos técnicos. Por tanto, cuanto cabría esperar de mí no es una opinión en toda la regla, sino quizás la impresión de quien ejerce desde hace ya muchos años una labor en cierto modo paralela. En el fondo, creo que quizá la idea no sea tan descabellada. Pienso que entre las gentes que en un país dinámico y de un fuerte pragmatismo como el nuestro, hemos abrazado este género casi deportivo de vida; escritores, pintores, músicos, guionistas, etcétera, hay -o al menos, debiera de haberla- cierta correlación, una aproximación de proyectos y de aspiraciones. Y creo que cuando se ha presentado alguna ocasión de un contacto de este tipo, el resultado ha sido positivo. Prometedor, podriamos decir. En el taller ha llegado el momento en que Anton nos mostrase su obra, esto es, el momento de contemplarla, de escuchar las indicaciones del autor, de admirar o de sentir indiferencia, de elogiar o de disimular posibles decepciones ante las esculturas que parecen rodearnos desde sus respectivas e individualizadas peanas, juntas pero separadas si se me permite la disposición del cromlech prehistórico como símil oteiciano de algo que protege e independiza a la vez.

Pero, antes de estampar mi punto de vista sobre las piezas que Mendizabal va a exponer, quiero señalar que hay un trámite en su itinerario artístico que a mis ojos agiganta la figura y la personalidad de nuestro amigo. Anton retrocede -¿o será que avanza?- en el tiempo hasta hacerse con el eslabón que preconizaba nuestro recordado Joxe Miguel, el de Ataun. Esa especie de testimonio prehistórico de una entidad étnica y cultural. Uno de sus orgullos es el haber dado sus primeros pasos en el campo artesanal, con su tio Amenabar (a poco que se hurgue surge siempre la huella pelotazale).

La voz de Mendizabal no es la que hemos estado oyendo durante nuestra conversación. Situado ya en su terreno, inmediatamente ha adquirido firmeza y ahora suena decidida y convincente. Las propias piezas parecen animarse desde sus respectivos pedestales. Reparo en que todo lo que aparece expuesto en el taller está relacionado con la Pelota, o mejor con los frontones, con las canchas de juego. El abrazo del frontis con la pared izquierda, generador del blé, el rebote corto o largo, algunas de las trampas de los cazadores prehistóricos de que nos hablaba Oteiza (otro artista pelotazale y poeta), la pasa, la falta, se repiten una y otra vez como un leitmotiv wagneriano, siendo diferentes pero entroncados en una misma familia...

En un momento dado, Mendizabal abandona sus comentarios sobre la escultura estática, que parece "detener" el tiempo y que recuerda las patéticas pinturas del malogrado Ormaolea, e insufla vida a esos frontones que ha ido prodigando para acoger , no ya a pelotaris, sino a las jugadas que éstos practican entre la algarabia de apostularis y corredores.

Los tres amigos estamos ya fuera del taller. Es mediodía pero aún hace frio. Estrecho la mano de Mendizabal y subo al coche del pelotari-poeta. En seguida rodamos velozmente hasta Donostia. Hablamos poco en el camino. Creo que ambos rumiamos el contenido de nuestra conversación. Atrás han quedado el escultor y su obra.

Suerte, Anton.


Donostia, marzo de 1995

MIGUEL PELAY OROZCO

Agencia: prismacm